lunes, 16 de agosto de 2010

Objeción de conciencia

Tiene quince años, y ya le cuelgan de la espalda los jirones de una vida hecha pedazos. La madurez es para ella un proceso traumático que se produce en una sola noche: aquella que te cambia la vida sin quererlo, incluso contra tu voluntad. Atrás deja una infancia que no ha saboreado del todo, y se adentra de lleno en un mundo que todavía no comprende. Quizá nunca lo haga. Al fin y al cabo, muchos todavía tratamos de entenderlo. Ella, además, carga con el peso de aquella noche en la que una fiesta en secreto se convirtió en una cruz tan pesada que no puede arrastrarla ella sola. El primer alcohol, el calor del verano y un chico de su instituto, más fuerte que ella, han bastado para cambiarle la vida. Por la fuerza.
«Si se lo cuentas a alguien, te mato», le dijo él, y ella se lo cree. Quizá por el odio de su mirada, quizá porque, cuando se lo dijo, sólo temblaba ella. También lo hacía cuando tuvo que enfrentarse a su familia con el peso de un embarazo no deseado, fruto de una violación. Nunca consintió que la tocaran. Bailaron, sí, pero nada más. El resto de la noche se convirtió para ella en un infierno de dolor, en una nube de llanto que se extiende hasta hoy. Ella y su familia ante las llamas.
Le costó enfrentarse a su padre, y no encontró en su madre el apoyo que esperaba. Tuvo que dar el paso cuando no pudo ocultar más esa barriga incipiente, ese recuerdo imposible de borrar. Le pareció lo más difícil, pero no lo era. Sus padres estuvieron siempre de su lado, a pesar de que el disgusto durará una temporada. Quizá para siempre. Quizá nada vuelva a ser igual. Pero ahora que ha decidido poner fin a esto, da de bruces con un problema mayor: el abrazo en tropel a la objeción de conciencia.
Tuvo que aguantar muchas miradas de reproche, un dedo que señala, un desprecio apenas oculto. Nadie se lo ha explicado aún, pero en este país no existe el gris: todo es blanco o negro. Enfermos de revanchismo, estamos empeñados en convertir cualquier debate en una cuestión muy simple, o estás conmigo o contra mí. No hay lugar a medias tintas. Si quiere dejar atrás los resquicios de su mal sueño, deberá hacerlo en una clínica privada.
Los médicos han decidido acogerse en multitud a un concepto tan abstracto como la objeción de conciencia. Un término demasiado simple como para admitir ciertas variables. Por ejemplo, la de que un aborto puede servir para que una niña de quince años no tenga que arruinarse la vida. No por un descuido, ni por un capricho, no. Contra su voluntad. Blanco o negro, nunca gris. Una renuncia a aplicar una ley en base a unos textos, las Sagradas Escrituras, que incluyen la confesión como única penitencia para ambos pecados: para el suyo, que podría durar toda la vida, y para el de su agresor, que duró apenas una noche. Y nosotros empeñados en convertirlo todo en una guerra pueril.

Una pequeña introducción

Ya era hora. He tardado mucho tiempo en hacerlo, pero aquí está: un blog de opinión. Porque no todo en la vida va a ser literatura, y porque hay muchas veces que morderse la lengua no es la mejor opción. Por eso, ya era hora de opinar. De empezar a contar lo que uno piensa sobre todo lo que pasa, aunque no haya mucha gente que lo quiera escuchar, ni leer. Después de todo, es solamente una opinión, y no será ni mejor ni peor que el resto, pero sí que será propia. Este blog puede convertirse también en un foro de debate para todo aquel que lo visite, aunque no prometo responder a los comentarios que aquí se escriban. Ni siquiera puedo prometer que actualizaré este espacio con asiduidad, lo haré cuando me apetezca, sin más. Porque cuando uno se gana la vida escribiendo, hay veces que no le quedan ganas de escribir. Y, seamos sensatos, porque la pereza es un vicio que cultivo como una virtud, y sería feo serle infiel después de tantos años.

Así pues, queda inaugurado este espacio. El primer post será un artículo de opinión que escribí hace poco en el medio en el que trabajo. El siguiente, ya veremos. Después de todo, todos vivimos en un mundo cuyos cimientos son de arena. ¿O no?